Ciento cuarenta y cuatro

Te Libro de Todo Mal


–En guardia.

Lo dice con el ceño fruncido, como segura, aunque es ella quien se adentra en el campo de minas.

Ha pasado tanto tiempo que ya ni se podría decir que está olvidado. Ya no entra en los "te acuerdas de aquello", simplemente quedó escrito. Quizás en una servilleta, o en algún cuaderno color humo.

En aquel entonces él se había enamorado de Shangai. Quizás con alguna razón, probablemente por haber agotado ya las demás cosas de las que enamorarse. Me iré a Shangai, dijo. Y no lo prometió porque intuyó que aquello de las promesas no iba a ser su fuerte.

Ella tampoco prometió seguirle, aún así lo pensó.

Ni siquiera lo dijo. Tampoco lo pensó una segunda vez, para no convertirlo ya en una forma de promesa.

Lo pensó una
sola
vez.

Años después, igual que tantas otras promesas, todo quedó escrito, sólamente escrito y más que olvidado.

Él nunca volvió a recordar, ni siquiera cuando una carta de ella aterrizó, de sorpresa, en su buzón. (Buzón, por cierto, muy lejos de Shangai). Ella lo recordó tarde, mucho después de que la casualidad hiciera su parte, cuando un billete de avión lo mostró por escrito. Madrid Shangai.

Madrid Shangai dice algo más que cualquier otro destino. Ya solo con decirlo, Shangai empieza y termina volando, como las historias que se olvidan. Shangai tiene cien historias en siete letras, al menos una tiene que ser de ella.

Ah, cierto, ahora recuerdo.

Entonces ese recuerdo se convierte en una chispa y toda la cama de franela sobre la que parecían dormir las no promesas resulta estar cubierta de pólvora. Total, que prende.

– En guardia.
– ¿En guardia, dices? ¿No eres tú quien entra en campo de minas?

Y lo que prende se extiende al ritmo lento de la cuenta atrás más certera de su vida. Quedan ciento cuarenta y cuatro días.

Gen.

[Qué difícil es volver cuando no hay conflictos.]