La estupidez del insomnio

Te Libro de Todo Mal


Me di cuenta anoche de que la razón por la que no podía dormir era el extremo calor que sentía en el pulgar de la zurda. Tras 720º de vueltas sobre mí misma, opté por cambiar de posición. Los pies hacia el cabecero de la cama. La cabeza donde los pies.

Y desde esa perspectiva descubrí un mundo nuevo. La luz rosa de la noche madrileña - familiar, como siempre, mía - convirtió el ático de enfrente, cuadrado y plagado de chimeneas y ventanucos circulares, en la cubierta de un barco de carga, que zarpaba, siguiendo la paralela del marco de mi ventana. Cuando me agotó el vaivén de las olas, presté atención a las tres estrellas gigantes de papel que cuelgan en mi techo.

  • Desde los pies se ven mejor - pensé.

Descubrí, también, que no me hace falta variar mi posición para soplar fuerte y perderme en sus giros - que se tocan las puntas, que se chocan, que se mecen o se detienen.

Soplo un par de veces más hasta que me canso.

Después me percaté de que el giro lento, agotado, de una de ellas, si logro ignorar el siempre presente factor de la perspectiva, se convierte en un puntiagudo pez bidimensional que va abriendo la boca y cerrando las aletas, despacio.

Incluso antes de cansarme de mirar el pez me doy cuenta de que en el dedo gordo de mi mano izquierda sigue sintiéndose calor.

Creo que al revés dormiré mejor. Por lo menos acabaré durmiendo a pesar de los nervios que tengo por irme, por segunda vez, a vivir a la India.

Gen.