Los nombres de mi perra

Te Libro de Todo Mal


Cuando la conocí, intenté resignificar el nombre de mi perra. Aprendí que “hura” significaba “cueva” o “madriguera” en Asturiano. Me gustaba pensar que sin hache significaba “agua” en Euskera. Lo que supe después es que la llamaron Hura por “huracán”.

Hura cueva agua huracán

Los relatos de adopción tienen dos fotos.

Primero: un perro escuálido, las orejas hacia atrás, el visible blanco de sus ojos. Quizás una jaula, o unas mantas viejas en un hueco oscuro.

Luego: el pelaje lustroso, una barriga llena. Una cama recién comprada en el suelo de un salón luminoso, rodeado por rostros humanos, rostros felices a los que les cambió la vida para bien. “Es lo mejor que nos ha pasado”, dicen, “tenía el rabo entre las patas pero según entró por la puerta ya supo que sería amado”. Ahora todo son saltos y besos y un largo anecdotario de las cosas adorablemente inauditas que hace.

Mi perra se llama Cueva.

Hay una clara diferencia cualitativa entre las dos fotos: es objetivo, indudable, la historia transcurre, en un instante, de horror a paraíso.

La cueva es oscura, y es fría, pero también es segura. La cueva es conocida: alberga una tribu.

Las fotos de la adopción son una secuencia clara que sigue la lógica humana, un relato simple de salvación al animal desamparado. Pero es algo estático, casi simbólico y selectivamente adoctrinador. La secuencia no fluye como fluyen las cosas: es una idea congelada, una mitología. Entre los puntos, una línea recta, y en esa línea no cabe el terror, ni la ansiedad de un mundo nuevo, ni el desamparo de caminar entre especies. No caben el arrepentimiento, la pérdida, el duelo. La ruptura de dos familias. El amor obligatorio. La empatía que no aparece.

Entre las dos secuencias no se adivina un río de vida y piedras y rápidos y quizás corrientes tranquilas.

Mi perra se llama Agua.

Me estrellé en el relato de las dos fotos y para aliviar la herida busqué el relato alternativo. Qué sé yo, quizás para sentirme menos sola. Y encontré la alternativa en el mismo lugar de relatos simplificados, recortados y con filtros. Qué sé yo. Quizás es que nunca aprendo.

El relato alternativo es el mito de la salvación inversa: misma premisa, pero es al final el desprotegido quien acaba rescatando a su salvador. El perro difícil es quien saca a su adoptante de su miseria y lo traslada a un lugar seguro y feliz. Es la mil veces contada historia de la superación heroica del agujero del que salimos mejores. Más autocontrol. Mayor compasión. Una suerte de iluminación que te transforma sin posible vuelta atrás. Una ascensión a otro nivel de consciencia; el Nirvana de las familias multiespecie. “Apareció mi perro reactivo y me convertí en el Buddha”. El Siddhartha Gautama del pipicán. Paz interior. Luz.

Yo no soy mejor persona. Ni ascendí, ni me iluminé, ni soy una flor de loto que supura empatía y quietud.

Lo que soy es tierra devastada. Un derrumbe, un lodazal. Soy lo que quedó tras la catástrofe inesperada. Soy, barriendo charcos del salón. Soy la angustia sin tejado. Soy superviviente sin un plan de escape y con mil reparaciones pendientes.

Mi perra se llama Huracán.

Gen.