Los primeros colonos espaciales

Te Libro de Todo Mal


La paradoja de los primeros colonos espaciales es un relato típico en la literatura de ciencia ficción. No recuerdo dónde la leí por primera vez, pero siempre me causó una cierta sensación de iquietud.

La historia cuenta que, tras décadas de investigación, los científicos de la Agencia Espacial Antártica (porque ya estamos todos muy hartos de que en todos los relatos futuristas los Americanos tengan un papel tan protagonista así que, ya que escribo yo la historia, pongamos que son los científicos mundiales, los más soñadores, esos que, por no estar atados, resbalaron por los meridianos hasta juntarse todos en el polo Sur) encuentran por fin un sistema planetario orbitando en torno a una estrella lejana de nuestra querida Vía Láctea. Hay planetas de gas, planetas de hielo, rebaños de asteroides, lunas enormes, pero también hay un planeta especial. Isabella, lo llaman, y es de roca y océano. Hay montañas, viento, arena, erosión. Hay ríos y mares, cúmulos y nimbos. Hay un 31% de oxígeno, y lo mejor de todo: no hay pobladores.

Así que los científicos Antárticos deciden mandar una primera partida de colonos hacia Isabella. Para ello diseñan una nave que viajará a una velocidad espeluznante y llegará a su destino en nada menos que 72 años, tiempo en el que sus tripulantes permacerán criogenizados.

Tras meses de construcción, selección de colonos - nada de ladrones y asesinos -, entrenamiento y demás preparativos, la nave, a la que bautizaron como Atahualpa, inicia su viaje.

En ese momento, los colonos despegaban de la tierra, de sus vidas, y para ellos todo se congelaba. El tiempo dejaba de existir y, allí abajo, a cámara rápida, la gente envejecía, moría, nacía. Las guerras terminaban, otras empezaban, las lenguas morían y, por supuesto, la ciencia avanzaba.

72 años después, los jóvenes colonos despertaban - cuando ya hubieran muerto sus hijos - y la nave Atahualpa aterrizaba en un puerto espacial construído en hormigón. Ellos miraban incrédulos por los cristales. Veían una grada repleta de gente que ondeaba cientos de banderitas de la Antártida. También un grupo de políticos con traje que sostenían ramos de flores rodeados de fotógrafos. A su lado, una gigantesca tela cubría lo que parecía ser una estatua.

"Hemos vuelto a la tierra", pensaban los colonos, "algo ha sucedido y la nave ha dado media vuelta. Pero este no es mi Sol, aquellas no eran mis lunas"

Se oían aplausos mientras bajaban aterrorizados de la nave. Vitoreos. "¡Viva!" gritaban desde las gradas en su mismo idioma. "Bienvenidos a Isabella", decía una de las políticas por un micrófono, "Llevamos cincuenta años esperándoos".

"Diez años después de que Atahualpa partiera, la ciencia ya había avanzado lo suficiente para viajar aquí en siete años. Vinimos, construímos ciudades, puertos, minas. Pero la civilización Isabelliana os recuerda como los verdaderos héroes."

"Salisteis los primeros y fuisteis los últimos en llegar", y la tela dejó al descubierto una estatua de los tripulantes de la vieja y obsoleta nave.

La paradoja me inquieta, pero no sé muy bien por qué. ¿Quizás por la pérdida de propósito? ¿Qué hicieron cuando llegaron a una ciudad totalmente construída, 72 años por delante de su tiempo?

Su misión era llegar a un planeta vacío, su privilegio, poder poner el reloj a cero, pero llegaron a un mundo ya existente, un mundo en el que sus nietos eran adultos desconocidos en alguna parte de la galaxia. Los primeros colonos espaciales aterrizaron en ninguna parte, murieron el día en que su nave despegó de la tierra. Quizás decidieron viajar por el nuevo planeta, como los antiguos exploradores del planeta orígen. O quizás decidieron, simplemente, envejecer.

Hace un par de días soñé que una voz de nube me contaba esta misma historia por las ondas radiofónicas, pero con una ligera variación. Los primeros colonos espaciales, decía, tuvieron muy claro qué llevar en su equipaje: semillas y poemas.

¿Cómo cambia así la historia?

La verdad, no lo se. Pero ahora me causa mucha menos inquietud.

Gen.