Cortes de pelo, billetes de avión

Te Libro de Todo Mal


No soy supersticiosa, sí un poco maniática.

Y con maniática no quiero decir que camine por la calle evitando pisar las líneas que forman los adoquines, o que cierre, abra, cierre con llave tres veces ántes de un exámen. No. Pero sí es verdad que he ido creando ritos, costumbres, que - a veces sin querer, otras queriendo - tienden a repetirse en ciertos episodios de mi vida.

Fue de adolescente cuando empecé a cortarme el pelo yo misma: antes lo solía hacer mi madre, con algunas - pocas - excepciones de peluquería. Años más tarde, ya de guapa y feliz universitaria, solía llevar el pelo muy largo, rizado, caótico.

En algún momento igual de caótico - algún punto de inflexión, probablemente, uno de esos momentos decisivos, un "ya está bien" -, me metí en el baño, tijera en mano, y empecé a cortar. Al principio con control, cortes bien pensados, esto más corto que esto, misma medida aquí que allá. Pero se me fue calentando la mano. Ahora era yo frente al espejo, agarrando mechón por mechón - uno, ¡zas!, otro, ¡zis! ¡zas! - y cortando sin compasión. Qué más da si meto la pata: teniendo el pelo rizado los trasquilones no se notan.

Recuerdo aquella primera vez como algo extático - mejillas sonrosadas y el cigarrito de después. Recuerdo pensar "pues ya está, fue un buen comienzo, ahora podemos cambiar todo lo demás". Recuerdo saberme con fuerzas para todo, como si yo fuera el anti-Sansón. "Cortarme el pelo me da el poder". Como una purga necesaria, como si fueran las dudas y las inseguridades las que se deslizan por cada pelo hasta las puntas, abriéndolas y clareándolas, puntas que pesan y me enmarañan la cabeza.

Sé que soy maniática con el simbolismo. Pero sirvió de mucho aquella vez, y siempre sirve. Desde entonces hubo muchos cortes. Algunos más radicales - de melena que cubre la espalda a melena que muestra la nuca - y otros menos.

Y luego, el algún momento, empezaron los viajes. El billete de avión se convirtió en el símbolo de una intención encubierta de cambiar las cosas y alejarme por un tiempo de todas esas dudas que me crecían en las puntas.

Reviso el historial de viajes y cambios de look. Veo el patrón: uno siempre viene después del otro.

Ayer, pasaba por el baño y me lavaba las manos. Pensaba en mis cosas, me quedé mirando al espejo y entonces, una certeza inmediata, como un vuelco al corazón: Tengo que cortarme el pelo. Muy corto. ¿Quizás por encima de los hombros? Voy. Las tijeras. Voy.

Es fácil reconocer esos momentos, declararme maniática me ha ayudado a descifrarlos. Y no es por no cortar; cortar siempre es bueno. Pero está bien saber que algo más tenemos que hacer. Esta vez pasó, dejé las tijeras en su sitio y volví al puesto de trabajo con varias incógnitas en la cabeza:

¿Cuándo será necesario el corte?

¿Pronto viajaré?

Gen.