El desengaño de los cuentos

Te Libro de Todo Mal


Tengo que confesarlo, porque no puedo más con esta gran mentira. Te engañé: no hay túneles debajo de las camas. Toda aquella historia de los monstruos que cavan pasadizos en el momento en que alguien duerme, todos aquellos cuentos acerca del gran entramado de caminos que unen camas con camas, todo, todo es un engaño. Todo fue una invención.

Verás, no hay túneles porque, piénsalo, sería imposible. ¿Sabes cuántas personas duermen en el mundo? No hay suficiente profundidad terrestre para cavar tantos túneles como pares de camas. Y eso sin contar los sofás, sofás-cama, tumbonas, colchonetas, esterillas, literas. También ten en cuenta que no todas las camas están en suelo cavable, yo por ejemplo duermo en un octavo, ¿cómo pretendes que haya un tunel sin que pase por el séptimo?. Tampoco estás teniendo en cuenta los garajes, ni las estructuras metálicas que sujetan edificios, ni el metro de Madrid. Otra cosa delicada, ¿cómo sabe un monstruo que estás durmiendo? ¿cómo sabe el lugar exacto de un somier si viene cavando desde abajo?. Sólo podría saberlo si tuviera un radar especial, un sexto sentido dedicado a la percepción de sueño humano. O bien rayos de algún tipo para averiguar la situación espacial del sujeto durmiente. Pero eso es imposible, porque los monstruos no existen.

Sé que te enfadarás conmigo, porque cuando te lo contaba bajito por las noches, me creías. No sé si el rencor me lo guardarás por engañarte o por desengañarte, quizás me inclino a pensar que por lo segundo.

No te enfades mucho, cuando te lo contaba no quería engañarte, tan sólo quería creer que no te engañaba. No te enfades, porque a fuerza de contarte historias, ya casi existían los monstruos, los túneles, los agujeros y la forma fácil de llegar a encontrarnos. No te enfades demasiado, sólo faltó un poco de intención, un poco de valor, un poco de esperanza, (o de fe, como quieras) allí al final del cuento, antes de poder usar cada día el tunel de los monstruos.

Pero verás, ahora tienes que entender que esos cuentos no existen, los inventa un cuentista cuando quiere conseguir algo. Que un niño duerma, que un abogado llore, o que dos personas se sientan más cerca. Pero cuando ni cuentista ni escuchante se creen lo contado, el niño llora, el abogado duerme, y las dos personas siguen igual de lejos.

Tenía que confesártelo todo, era de cobardes no hacerlo. Era cobarde dejarte ahí, pensando cada noche que cuando duermes hay alguien que escarba y reabre un camino hasta tí.

Así que ya sabes la verdad, no hay túneles debajo de las camas.

Gen.